domingo, 2 de septiembre de 2012

La verdadera historia de una princesa de disney



La china del súper ídem me acaba de contar su historia. Se casó a los 21. Ahora tiene 23 que no se le notan. Un hijito bebé. Un marido risueño que estaba al lado y habla poquito castellano porque sólo vino 2 años. Ella está en Buenos Aires hace 8. Se arrepiente de haberse casado muy joven. Señaló a su marido y dijo “casamo’ muy joven” no entendí si ellos en particular o si se refería a algo más genérico como su país o incluso su raza. Sonreí y le dije que me parecía muy bien que si yo hubiera encontrado a alguien a esa edad hubiera hecho lo mismo – no sé si es cierto ni siquiera tengo claro si lo dije con palabras, pero suponete que sí.

Ella habló de pensar “no pensá, después pensá má” (sí, se traga las eses pero se las traga diferente, se las traga bien, con elegancia, como todo, como su cara redonda y rozagante que no es de gorda, ni de gorda simpática, es de simpática a secas.) Tenía un sweater de lana muy peludo con un corazón enorme de lentejuelas de esas grandotas redondas, todo negro, que podría estar en alguna editorial de moda ahora que volvieron los 90s, con un jean medio roto y muy apretado abajo y tacos o flats y una camisa con puntitos o algo así.

Siguió hablando con el marido al lado de que quiere salir sola o estar sola y no puede, no tiene tiempo con el bebé y todo. Y le pregunté si su marido no se lo cuida a veces para que ella pueda salir sola, hacer sus cosas (esto no lo dijimos ni ella ni yo pero estaba implícito) porque las mujeres no hacemos deportes, no jugamos al fútbol, no nos juntamos a tomar cervezas, las mujeres “hacemos nuestras cosas”. Me dijo que sí, y asintió muchas veces con la cabeza, gesto que interpreté como un “sí, re”. Pero agregó “bebé no se queda, no quiere.” Siempre rozagante y sonriente y redonda y con la piel de porcelana y el pelo lacio y brillante, ni idea si limpio, no me fijo en eso lo suficiente.

Les pregunté a los dos donde había una florería por el barrio, porque este barrio no es mi barrio, es sólo un barrio por el que justo pasaba. Me dieron indicaciones contrarias y difusas. Ella recomendó una sola bastante lejos (12 cuadras aprox.) y él dijo que había muchas cerca de 3 o 4 cuadras y señaló para todos lados rápido y con las 2 manos que en ese momento fueron 6 rayos que salían en todas las direcciones, pero siempre sobre la avenida (más cercana). Ella me dijo que “es que él siempre regala flores, día de casamiento” le dije “ah, para los aniversarios! Claro!” los dos sonrieron mucho y se rieron y saludaron con las manos.

Él se fue a sentar a la sillita de cuero marrón gastado que tienen afuera. Ella se quedó, ya sin sonrisa atendiendo a una señora de rulos feos con el pelo mal teñido, mal cuidado, mal peinado. Yo me detuve un segundo fascinada –como siempre- por los ínfimos frasquitos de azafrán colorados y amarillos que descansan en las cajas de estos establecimientos hasta convertir un bowl u olla de arroz en un montón de Simpsons.