La china del súper ídem me acaba de contar su historia. Se casó a los 21. Ahora tiene 23 que no se le notan. Un hijito bebé. Un marido risueño que estaba al lado y habla poquito castellano porque sólo vino 2 años. Ella está en Buenos Aires hace 8. Se arrepiente de haberse casado muy joven. Señaló a su marido y dijo “casamo’ muy joven” no entendí si ellos en particular o si se refería a algo más genérico como su país o incluso su raza. Sonreí y le dije que me parecía muy bien que si yo hubiera encontrado a alguien a esa edad hubiera hecho lo mismo – no sé si es cierto ni siquiera tengo claro si lo dije con palabras, pero suponete que sí.
Ella habló de pensar “no pensá, después
pensá má” (sí, se traga las eses pero se las traga diferente, se las traga
bien, con elegancia, como todo, como su cara redonda y rozagante que no es de
gorda, ni de gorda simpática, es de simpática a secas.) Tenía un sweater de
lana muy peludo con un corazón enorme de lentejuelas de esas grandotas
redondas, todo negro, que podría estar en alguna editorial de moda ahora que
volvieron los 90s, con un jean medio roto y muy apretado abajo y tacos o flats
y una camisa con puntitos o algo así.
Siguió hablando con el marido al lado de
que quiere salir sola o estar sola y no puede, no tiene tiempo con el bebé y
todo. Y le pregunté si su marido no se lo cuida a veces para que ella pueda
salir sola, hacer sus cosas (esto no lo dijimos ni ella ni yo pero estaba
implícito) porque las mujeres no hacemos deportes, no jugamos al fútbol, no nos
juntamos a tomar cervezas, las mujeres “hacemos nuestras cosas”. Me dijo que
sí, y asintió muchas veces con la cabeza, gesto que interpreté como un “sí,
re”. Pero agregó “bebé no se queda, no quiere.” Siempre rozagante y sonriente y
redonda y con la piel de porcelana y el pelo lacio y brillante, ni idea si
limpio, no me fijo en eso lo suficiente.
Les pregunté a los dos donde había una
florería por el barrio, porque este barrio no es mi barrio, es sólo un barrio
por el que justo pasaba. Me dieron indicaciones contrarias y difusas. Ella
recomendó una sola bastante lejos (12 cuadras aprox.) y él dijo que había
muchas cerca de 3 o 4 cuadras y señaló para todos lados rápido y con las 2
manos que en ese momento fueron 6 rayos que salían en todas las direcciones,
pero siempre sobre la avenida (más cercana). Ella me dijo que “es que él
siempre regala flores, día de casamiento” le dije “ah, para los aniversarios!
Claro!” los dos sonrieron mucho y se rieron y saludaron con las manos.
Él se fue a sentar a la sillita de cuero
marrón gastado que tienen afuera. Ella se quedó, ya sin sonrisa atendiendo a
una señora de rulos feos con el pelo mal teñido, mal cuidado, mal peinado. Yo
me detuve un segundo fascinada –como siempre- por los ínfimos frasquitos de
azafrán colorados y amarillos que descansan en las cajas de estos establecimientos
hasta convertir un bowl u olla de arroz en un montón de Simpsons.