Hay 2 partes de las películas que son mis preferidas, de todas las películas. Una son las escenas de sexo, y la otra es la parte en que “está todo bien”, siempre hay una parte, en todas las películas, en la que está todo bien. Los que se quieren están juntos, todos están felices y corren por la ciudad, muchas veces esto viene sincronizado con alguna canción feliz. Vemos a la pareja principal darse besos y queremos que dure para siempre (o por lo menos hasta el final de la película)¿A todos nos pasa, no? Queremos que nos den más y más footage de ellos juntos y felices y “todo bien”, que siga todo así para siempre. Pero no, al ratito vuelven los conflictos, los problemas… es como la calma antes de la tormenta. Esta ilusión de felicidad, aunque solo dure unos minutos me encanta. Podría citar miles de ejemplos (incluso con sus canciones upbeat correspondientes), pero no quiero.
martes, 21 de octubre de 2008
martes, 9 de septiembre de 2008
Little Did I Know
El génesis: cumple de Chris: es tarde, estoy cansada , tengo sueño y pienso cosas feas. Me siento fea, tonta y con mala suerte. Llego y son casi todos varones, no sé quién es quién, solo 2 o 3. ¡Feliz cumple Chris! No sé sí te reconozco de la foto o tardo un poco. Me sorprendo, esa foto no te hacía justicia (mira Vir que visionaria). Me siento estratégicamente para no tener que mantener ninguna conversación. Pienso en el documental, en ese lugar deprimente, esas personas y sus vidas, y me siento tonta pero esta vez con bastante más suerte. Sacan fotos, ¡qué fiaca! Hoy quisiera ser invisible. Un chico (de anteojos palermistas, de crítico de cine) dice que te pareces a Bob Dylan de joven, yo pienso que tiene razón pero vos te ofendes así que no digo nada, me gusta que te parezcas a Bob Dylan. Me quedo ahí, todos van y vienen, vos también. Me haces algunos comentarios lindos, pero también te haces un poco el malo. No digo mucho. Al final tengo frío y no quiero ir a esa fiesta, Vir insiste, no queda nadie así que accedo. No sabemos cómo ir, alguien dice que vos sabés. Venís al lado de la calefacción conmigo (me mude) y me explicas, ya no te haces el malo.
lunes, 1 de septiembre de 2008
The Boy Next Door
Era el chico que se comía todo en un cumpleaños, porque en su casa no había, en su casa nunca había nada rico. No compraban coca, había, a veces, jugo tang o jugo de manzana o ese jugo de naranja asqueroso concentrado. Su mamá no creía en la coca: muchas caries, y el gas y el color (nada que tuviera ese color podía ser bueno). Su papá tampoco creía en la coca, pero por otras razones: era el producto nro. 1 del monopolio, de los ricos, sus jefes, otras versiones de sus jefes. A los que les robaba de a poquito, robo hormiga, solo cuando lo necesitaba, aunque siempre se jacto de ser de los pocos en su puesto que no lo hacían. (Además la coca era moderna y a él le gustaba lo antiguo).
La plata no alcanzaba, la plata nunca alcanzaba… el chico quería jugar al básquet y las zapatillas eran caras ($200) y se estiraban, se estiraban y se estiraban un poquito más y llegaban, llegaban al cielo y compraban las zapatillas. El chico jugaba mal al básquet y no lo ponían en el equipo, y no se hacía amigos, el plan fallaba.
El chico jugaba mal al fútbol y le daba vergüenza y no quería ir, lloraba. En el colegio tampoco, se adaptaba, no del todo, se hacía amigos y le pedían que les muestre el pito. Como el diría años más tarde: “se habló en el colegio”, pero nada.
Tenía otro amigo, pero a él no le gustaba, era rubio y dibujaba todo el día. Al rubio no le importaba tener amigos, por lo tanto, automáticamente los tenía y cuando crecieron se hizo estrella de cine.
Terminaba la primaria y había que hacer el curso, había que entrar al Nacional. Hacer el curso y entrar, sí o sí, como hizo su hermano. Porque su vida, toda la vida, dependía de ello. Entró treinta y cuatro de ocho mil y nunca se olvidaron.
4 de junio de 2008
La plata no alcanzaba, la plata nunca alcanzaba… el chico quería jugar al básquet y las zapatillas eran caras ($200) y se estiraban, se estiraban y se estiraban un poquito más y llegaban, llegaban al cielo y compraban las zapatillas. El chico jugaba mal al básquet y no lo ponían en el equipo, y no se hacía amigos, el plan fallaba.
El chico jugaba mal al fútbol y le daba vergüenza y no quería ir, lloraba. En el colegio tampoco, se adaptaba, no del todo, se hacía amigos y le pedían que les muestre el pito. Como el diría años más tarde: “se habló en el colegio”, pero nada.
Tenía otro amigo, pero a él no le gustaba, era rubio y dibujaba todo el día. Al rubio no le importaba tener amigos, por lo tanto, automáticamente los tenía y cuando crecieron se hizo estrella de cine.
Terminaba la primaria y había que hacer el curso, había que entrar al Nacional. Hacer el curso y entrar, sí o sí, como hizo su hermano. Porque su vida, toda la vida, dependía de ello. Entró treinta y cuatro de ocho mil y nunca se olvidaron.
4 de junio de 2008
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