lunes, 1 de septiembre de 2008

The Boy Next Door

Era el chico que se comía todo en un cumpleaños, porque en su casa no había, en su casa nunca había nada rico. No compraban coca, había, a veces, jugo tang o jugo de manzana o ese jugo de naranja asqueroso concentrado. Su mamá no creía en la coca: muchas caries, y el gas y el color (nada que tuviera ese color podía ser bueno). Su papá tampoco creía en la coca, pero por otras razones: era el producto nro. 1 del monopolio, de los ricos, sus jefes, otras versiones de sus jefes. A los que les robaba de a poquito, robo hormiga, solo cuando lo necesitaba, aunque siempre se jacto de ser de los pocos en su puesto que no lo hacían. (Además la coca era moderna y a él le gustaba lo antiguo).
La plata no alcanzaba, la plata nunca alcanzaba… el chico quería jugar al básquet y las zapatillas eran caras ($200) y se estiraban, se estiraban y se estiraban un poquito más y llegaban, llegaban al cielo y compraban las zapatillas. El chico jugaba mal al básquet y no lo ponían en el equipo, y no se hacía amigos, el plan fallaba.
El chico jugaba mal al fútbol y le daba vergüenza y no quería ir, lloraba. En el colegio tampoco, se adaptaba, no del todo, se hacía amigos y le pedían que les muestre el pito. Como el diría años más tarde: “se habló en el colegio”, pero nada.
Tenía otro amigo, pero a él no le gustaba, era rubio y dibujaba todo el día. Al rubio no le importaba tener amigos, por lo tanto, automáticamente los tenía y cuando crecieron se hizo estrella de cine.
Terminaba la primaria y había que hacer el curso, había que entrar al Nacional. Hacer el curso y entrar, sí o sí, como hizo su hermano. Porque su vida, toda la vida, dependía de ello. Entró treinta y cuatro de ocho mil y nunca se olvidaron.

4 de junio de 2008

No hay comentarios: