Tuve un novio una vez, allá lejos y hace tiempo, que probablemente fue, to this day, el más importante. El que me regalo este anillo que hoy tengo puesto, que adentro, en secreto y no tanto, dice: I LOVE YOU. Me acuerdo de cuando me lo dio. Estábamos en Barcelona, en un balcón, mi balcón y era San Valentín y el venía de Suiza donde me había comprado esto.
Me acuerdo todo, casi casi todo. Me acuerdo la primera vez que lo vi y supe que lo quería. No sé bien qué fue lo que me atrajo de él. No sé si fue que me pareció interesante o lindo, o muchas otras cosas que no quiero escribir acá porque dirían demasiado sobre mí. Aunque no cruzamos palabra esa noche me quedé pensando en él. Él después me confesó que también, que me había mirado primero por mi tapado William Morris.
La siguiente vez que nos vimos me paré casualmente al lado suyo y él inventó una excusa tonta y me habló y no paramos nunca más de charlar. Alguien alguna vez dijo que las relaciones son una larga conversación y tenía razón.
Al principio nos buscábamos por la ciudad, intuitivamente, no teníamos ni mails ni teléfonos del otro, a veces nos salía bien y nos encontrábamos. No sé cuánto tiempo paso hasta que me pidió mi mail -ja ni siquiera se animo a pedirme mi teléfono, ahora que lo pienso. Seguimos la charla por msn, charlábamos años, horas de horas, hasta las 8 am, más de una vez. Teníamos charlas divertidas, infinitas. Me hacía dibujos, cosas, que más tarde convirtió en un libro editado sólo para mí.
La primera vez que arreglamos confesamente para “salir juntos” , léase ir al mismo lugar, porque ni siquiera era una cita. Fuimos a una fiesta rarísima a la que había que entrar con alguna prenda rosa y en la que había gays cogiendo en el baño. Nos fuimos de ahí a no sé dónde y después a eso de las 8.30 am me desafió a ir a desayunar a lo de sus abuelos. No sé si por el desafío o por lo bizarro de la situación, pero accedí y fuimos.
Ahí estábamos, sin dormir, sin habernos besado jamás, desayunando con sus abuelos. Hubo una situación un momento en el pasillo los dos riéndonos a más no poder, de esos momentos que guardaría para siempre, en stop motion o algo así. Cuando salimos me informó que sus abuelos me habían adorado y que seguramente ya estarían mandando a imprimir las invitaciones de casamiento. Siempre fui muy buena con los abuelos, no tanto con los padres.
Una semana después tuvimos nuestra primera cita oficial, los dos solos en un bar. Él llego primero y me esperaba con regalo: su libro preferido me dijo y hasta el día de hoy lo cuento en mi Top 5. Él era, o había sido hasta el momento un “player” y nunca había tenido una novia de verdad, así que yo fui esa, la elegida, la que tiene que explicar TODO desde el vamos, desde nivel-1. Su novia actual debería mandarme una Thank You note, sería la de mínima.
Tiempo después él se reía de si mismo clueless en nuestras primeras citas, clueless en tantas cosas. Lo dejé hecho el mejor novio del mundo, un poquito absorbente y celoso, pero, other than that, perfecto. Me hacía los mejores regalos, me llenaba de corazones y cosas cursis, pero “con onda” y especiales. Me trataba como a una princesa. Me malcriaba a extremos que ni yo, que fui hija única 5 años, conocía. A la mañana me preguntaba qué quería desayunar, corría el supermercado y volvía con una variedad extraordinaria de cosas y el diario. Desayunábamos escuchando a Luca Prodan y haciéndonos los que leíamos el diario, mientras él me contaba la vida de Luca, las historias de Sumo, una de sus bandas preferidas que también me contagió. Yo comía Melbas como las comí siempre, primero chupando lo blanco, él miraba con odio y me decía “te odio por hacer eso, por comerlas así, porque sí un día estoy con otra novia comiendo Melbas y ella no lo hace la voy a querer menos.”
Creo que el siempre supo que, eventualmente, yo lo iba a dejar. Pero, aún así, él me decía con toda la seriedad y solemnidad que se reserva para algunas verdades, que él, jamás lo haría. Creo que eso debe ser amor de verdad. Si no es eso, no tengo idea.
Me hacía las mejores cartas, largas, lindas, con dibujitos ilustrativos. Sí, cartas de amor, pero no de las pelotudas, cartas copadas. Siempre con alguna treta para que no las muestre, como incluir detalles porno o escribirlas en un tamaño imposible de leer sin ayuda del autor. Cuando alguno de los dos viajaba nos mandábamos los mejores mails, los más románticos, literarios y lindos. Todavía los guardo, obviamente. Me pregunto si él también. Él siempre me reclamaba que yo no le mandaba tantos como él a mí. Un día, después de cortados, descubrí que era cierto: en mi casilla busqué todos los de él y eran casi 400 y míos a él había sólo 83, ese número no me lo olvido más me hizo sentir tan mal, lo llamé y le pedí perdón.